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Visitanos en el foro de Ciencias Ocultas , Ufología y Casos Paranormales
y Conspiraciones y 2012
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Las crónicas españolas del
barroco recogen extraños sucesos que
fueron catalogados como sobrenaturales. Entonces, el temor a las fuerzas de la
oscuridad era irracional, casi una obsesión. Fue el tiempo de arrobos y éxtasis,
monjas posesas y condenas por brujería y hechicería.
Los
demonios del siglo de oro
Fenómenos sobrenaturales quedaron recogidos en las
crónicas, con crudeza y pocas respuestas...
FUENTE: Revistaespañola ENIGMAS
Nº 161.
FUENTE: Revista
Sobre estas líneas, el infierno, al que tanto temían los españoles del XVII.
La superstición y la magia estaban muy arraigadas en la mente del español de los siglos XVI y XVII. En la Península, a las supersticiones de los pueblos primitivos, romanas y godas, se unieron las de judíos y moriscos, además de las milenarias del pueblo gitano, fundiéndose con el dogma católico y generando una religión que podn'amos considerar paralela entre el pueblo, que continuó manteniéndola viva a pesar de la condena de la Iglesia.
En el siglo XVI se intensificaron las creencias de índole mágico-supersticiosa, cuya influencia parecía
Pero sería el siglo XVII, el del barroco por antonomasia, aquella
Sobre estas líneas, la Plaza
• Astrología, sortilegios y agüeros
Hechiceros, brujas, nigromantes y adivinos estaban a la orden del
Durante los siglos XV y XVI gozó de una gran popularidad la llamada astrología judiciaria, aquella aplicada a los pronósticos y que trataba de predecir acontecimientos futuros por medio de la posición e influencia de los cuerpos celestes. La astrología llegó a ser recomendada por las Cortes como un necesario comple-
mento de la
No obstante, en 1585 el papa Sixto V prohibió su práctica a través de la bula Coeli etTerrae y desde el año 1612 los astrólogos fueron castigados con pena de destierro y galeras, además de obligados a abjurar de sus creencias. Si muchos, como el mismo Felipe II y sus sucesores, admiraban esta ciencia y creían en ella a pies juntillas, autores como Calderón de la Barca la condenaron abiertamente, en obras como El astrólogo fingido, pues el barroco fue siglo de profundos contrastes.
Además de los vaticinios de tipo astrológico, existían formas de adivinación tan extrañas como la spatulomancia o "adivinación por los huesos de la espalda"; la kefalenomanteia, "a través de la cabeza asada de un asno o un carnero", y la onuxomanteia o "adivinación por las uñas
En la
• Hechos "sobrenaturales" y acontecimientos insólitos
Era habitual que en los escritos de la época se reseñaran prodigios y sucesos de índole sobrenatural cuya veracidad, en una época donde imperaba la superstición, nadie ponía en duda. En los Avisos de Pellicer y
No eran pocas las
de arrobamientos, éxtasis y visiones demoníacas. En las
Por la misma época, en un convento de agustinos que se hallaba en Burgos, se veneraba en una capillita a un Cristo que según declaraban los religiosos, que se turnaban para custodiarlo, sudaba todos los viernes. La talla era adorada por
José Pellicer, en sus célebres Avisos, escribía el 8 de septiembre de 1643 que "en
• Bilocaciones, estigmas y prodigios varios
Fue muy habitual durante el Siglo de Oro que en la clausura de los conventos no pocas religiosas -muchas de ellas obligadas a tomar los hábitos por imposición familiar- dijeran experimentar éxtasis, bilocaciones e incluso mostrar los estigmas de la Pasión. Como señalan muchos de los expertos sobre aquel siglo y la mayoría de los antropólogos, era, quizá, una forma de romper con la represión en todos los ámbitos -y principalmente en el sexual- que se vivía dentro del claustro, muchas de las veces entre ayunos, vigilias e incluso mortificación de la
Muchos de aquellos casos fueron fingidos por las propias monjas y beatas, que acabaría condenando la Inquisición, pero existieron algunos aislados que realmente causaron un gran revuelo, siendo considerados como "milagrosos". Baste recordar el ejemplo de Santa Teresa de Jesús durante el reinado de Felipe II, con sus (evitaciones y éxtasis, o el
Felipe IV subió al trono el 31 de mayo de 1621 y para celebrar el nombramiento del
No sólo el don de la bilocación, la visión profeta o la levitación eran atribuidas a beatas y religiosas de toda índole. Uno de los aspectos más célebres de su supuesta tau-maturgia era el don de la sanación, que se atribuyó durante siglos también a los reyes. Uno de los procesos que más polvareda levantó en el Siglo de Oro fue el de la Madre Luisa de la Ascensión, conocida popularmente como la "monja de Carrion". En Camón de los Condes la susodicha había fundado una hermandad de devotos que defendían la concepción inmaculada de la Virgen, y en 1625 había alcanzado tal éxito que sus congregantes sumaban 40.000 -entre ellos se encontraba el mismo rey, Felipe IV- y unos 150 conventos. A la religiosa se le atribuían facultades milagrosas y en Valladolid era considerada santa. Al parecer, mostraba en sus manos las llagas de la Pasión de Cristo y "sostenía coloquios
Por supuesto, no tardó el Santo Oficio en investigarla y en considerar heréticas tales afirmaciones, por lo que se inició un proceso contra ella que duró catorce años, tiempo durante el cual fue recluida en el convento de las Agustinas Recoletas de Valladolid, donde falleció el 28 de octubre de 1636.
Fueron también célebres durante el reinado de Felipe IV algunos procesos por brujería. En 1625 se procedió contra Isabel Jimena, que tenía
En una carta de 1619 se señala que sólo en Cataluña tribunales civiles ahorcaron, en dos o tres años, a más de 300 personas acusadas de brujen'a. España no fue sin embargo el país en el que se llevó a cabo una caza más encarnizada de las brujas -peor suerte corrieron judíos, moriscos y protestantes-, pues en países como
El demonio estaba presente en todos los actos de la vida cotidiana. Fueron tiempos de arrobamientos, éxtasis y estigmas de la Pasión.
• Demonios, posesas y seres imposibles
En tiempos de superstición, fe exaltada y carencias de todo tipo no es extraño que el maligno hiciese a menudo de las suyas. Eran habituales los procesos en los que se afirmaba la realidad de un pacto demoníaco o se acusaba al reo de conjurar los malos espíritus para provocar el daño ajeno, tener "demonios familiares" o pertenecer a una secta satánica o brujeril.
Se escribieron múltiples tratados y compendios sobre la figura del demonio y la forma de combatirlo, adiestrando a los exorcistas cual soldados de Dios contra las fuerzas infernales. En 1631, diez años después de subir al trono Felipe IV, el doctor Gaspar Navarro, canónigo de Montearagón, publicó un pintoresco y no poco extravagante compendio de supersticiones demoníacas que entonces eran consideradas por muchos de sentido común, en un libro titulado Tribunal de superstición ladina. A través de sus tesis demoníacas-llamadas "Disputas"- pretendía ridiculizar muchas de aquellas creencias, y tenían títulos tan sugerentes como "Del saber que tiene el Demonio para revelar a los adivinos" o "Si puede el demonio conservar un cuerpo vivo sin
Al maligno y a los que trataban con él se les atribuía la capacidad de provocar tempestades, causar enfermedades, convertir a hombres en animales... El demonio estaba siempre presente. Visible o invisible, juguetón o pendenciero, pero siempre malicioso, para los españoles del XVII su presencia servía para explicar todos los misterios de cualquier índole, principalmente aquellos más morbosos y tétricos. El contagio de las creencias diabólicas
alcanzaba a los eruditos y teólogos más reputados. Más atrevido que Navarro fue el doctor Juan Rodríguez, capellán del convento madrileño de la Encamación Benita, quien llegó a declarar que era lícito tratar al Demonio; mientras, fray Antonio Pérez escribió diversos libros aprobando las consultas con el espíritu del mal, según recogió a finales del siglo XVIII Juan Antonio Llórente en la monumental obra
Eran comunes en el Siglo de Oro, según las crónicas, las apariciones demoníacas. Fue célebre durante los siglos XVI y XVII el llamado "Diablo cojuelo", que no sólo dio nombre a una obra de Vélez de Guevara, sino que era invocado habitualmente por hechiceras y celestinas, que recurrían a sus "malas artes" para realizar conjuros y filtros amatorios. Pellicer
• El hechizo de Felipe IV
El caso más célebre de hechizamiento regio en el siglo XVII sería el del malogrado Carlos II, que precisamente ha pasado a la historia como "el Hechizado". Sin embargo, parece ser que su padre, Felipe IV, también fue hechizado. Así al menos intentaba explicar el vulgo los veintidós años de privanza que ejercía el conde duque de Olivares sobre el rey.
Se acusó al valido de haber tenido durante su juventud relación con algunos hechiceros de Sevilla y de que ya como primer ministro "leía el Corán", por lo que le delató al Santo Oficio el cardenal Monti. Fue acusado también -al menos en panfletos y crónicas- de introducir como médico de cámara de la reina al mago don Andrés de León, que "maléfico diez
Aunque se intentó abrir diligencias, el conde-duque parece que tomó represalias, por lo que el caso pasó al olvido. No obstante, en los últimos años del reinado de Felipe IV, ya muerto Olivares, los rumores de un encantamiento volvieron a resurgir con mayor fuerza y hacia finales de 1661 corrió el rumor del hallazgo de extraños objetos que estaban destinados a hechizar al rey y al valido don Luis de Haro, recientemente fallecido. Pero sena en 1665 cuando el rumor corrió como la pólvora en las esferas cortesanas y el Inquisidor General, R González, y el confesor del rey, R Juan Martínez, después de examinar una bolsita de reliquias y amuletos que el soberano llevaba consigo, hallaron "un libro antiguo, negro, de magia, y ciertas estampas con el retrato del Rey, traspasadas por alfileres.Todo esto fue solemnemente quemado, después de una ceremonia de exorcismos, por el Inquisidor General en la capilla de Atocha".
En la imaginación
Retrato de Felpe IV, por Velázquez. Durante su reinado tuvieron lugar vanos procesos por brujería. Las crónicas aseguraban que induso el mismo monarca había sido hechizado por el primer ministro Olivares.
• De monjas posesas y confesionarios malditos
Uno de los lugares a los que más le gustaba acercarse al príncipe de las tinieblas era nada menos que a los conventos de monjas. Durante el reinado de Felipe IV fue de gran relevancia el caso de las posesas del convento madrileño de la Encarnación Benita -más tarde conocido como de San Plácido-, que acabó convirtiéndose en un auténtico asunto de Estado al estar involucrados altos cargos de la Corona; un caso relacionado probablemente con la represión sexual vivida tras las celdas de clausura. En esta ocasión, sin embargo, los "demonios" no se limitaron a
El XVII fue un siglo dado a las posesiones diabólicas en lugares sacros, y si en España tenía lugar el caso de San Plácido, en Francia gozó de una gran popularidad el de las endemoniadas de Loudun en 1634 -ver ENIGMAS 151-, momento de esplendor del cardenal Richelieu, que acabó con la quema en la hoguera del padre Urbain Grandier. Célebres fueron además los de las posesas de Aix-en-Provence y el de las endemoniadas de Louviers, todos ellos ocurridos en el mismo siglo.
Monjas y beatas, en ocasiones, afirmaban haber sido poseídas, comportándose como verdaderas lunáticas.
• Energúmenas fingidas
No fueron pocos los episodios de falsos posesos que recogieron crónicas, avisos e incluso obras literarias -el mismo Quevedo hizo alusión directa al tema en La endemoniada fingida-. En la "Relación de la endemoniada fingida" -que forma parte de la correspondencia entre varios Padres de la Compañía de Jesús-, una carta fechada en Valladolid el 27 de enero de 1635. se habla acerca de una embaucadora que Ideó que estaba endemoniada por falta de recursos, quizá porque una de las cosas que solían
En Toledo se dio también el caso de un cura que fue llamado para exorcizar a una joven que "decían estar endemoniada, y no había sanado por más exorcismos que le había dicho un religioso". En la sacristía el párroco descubrió pronto que era una farsante y ordenó que le diesen dos docenas de azotes. Aunque empezó negando su culpa, el tormento provocó que finalmente se retractara, afirmando que decía tener el demonio en el cuerpo "por miedo de que no la castigasen por cierto mal recaudo que había hecho con un mancebo".
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